lunes, 8 de abril de 2013

Dichosos los que creen sin haber visto

Todos somos o hemos sido, en algún momento de nuestra vida, como Santo Tomás, que no creyó hasta que vio y tocó a Cristo Resucitado.

Santo Tomás necesitó, incluso, meterle el dedo en su costado para asegurarse de que era su Señor, pues no creía al resto de los apóstoles cuando le decían que Jesús se les había aparecido.

Eso nos pasa a nosotros (a mí me ha pasado). Muchas veces no creemos a los demás, a un sacerdote, a un amigo, a un familiar, a nuestros marido/mujer, a nuestros hijos...a Dios...Sobre todo, a Dios.

No nos fiamos de Él y asi nos va...Si confiáramos más en su Palabra, en que se hiciera su voluntad y no la nuestra, veríamos la vida de otra forma.

No quiero hacer grandes reflexiones sobre este tema porque da para mucho y podríamos estar días con esto. Creo que el Evangelio de hoy es muy claro y, por eso, os lo pongo a continuación para que cada uno saque sus propias conclusiones.

El Evangelio de hoy, Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia:

Evangelio según San Juan 20,19-31. 
Ese mismo día, el primero después del sábado, los discípulos estaban reunidos por la tarde con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se puso de pie en medio de ellos y les dijo: «¡La paz esté con ustedes!»
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron mucho al ver al Señor.
Jesús les volvió a decir: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también.»
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo:
a quienes descarguen de sus pecados, serán liberados, y a quienes se los retengan, les serán retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
Los otros discípulos le dijeron: «Hemos visto al Señor.» Pero él contestó: «Hasta que no vea la marca de los clavos en sus manos, no meta mis dedos en el agujero de los clavos y no introduzca mi mano en la herida de su costado, no creeré.»
Ocho días después, los discípulos de Jesús estaban otra vez en casa, y Tomás con ellos. Estando las puertas cerradas, Jesús vino y se puso en medio de ellos. Les dijo: «La paz esté con ustedes.»
Después dijo a Tomás: «Pon aquí tu dedo y mira mis manos; extiende tu mano y métela en mi costado. Deja de negar y cree.»
Tomás exclamó: «Tú eres mi Señor y mi Dios.»
Jesús replicó: «Crees porque me has visto. ¡Felices los que no han visto, pero creen!»
Muchas otras señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos que no están escritas en este libro.
Estas han sido escritas para que crean que Jesús es el Cris to, el Hijo de Dios. Crean, y tendrán vida por su Nombre. 


Si alguien nos pregunta qué es la fe, podemos responder con este Evangelio. La fe es creer sin haber visto. Tan sencillo y tan difícil a la vez. Pero en eso consiste el Misterio de nuestra fe.

Si lo que necesitamos son pruebas de que Dios existe, de que está en nuestra vida y en la de los demás, miremos a nuestro alrededor y a nosotros mismos con ojos de fe, con confianza, fiándonos de Dios. 

Y, de ese modo,  quizás nos sorprenda lo que veamos: al mismo Cristo en todas y cada una de las cosas y personas que nos rodean y en nosotros mismos. Entonces y sólo entonces seremos dichosos, pero dichosos de verdad.

Y tú, ¿eres de los que necesitan ver para creer? 



Si te ha gustado esta información, puedes compartirla pinchando en los botones que tienes más abajo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario