Me ha pasado más veces, pero hacía tiempo que no sentía lo que ayer sentí delante del Santísimo.
Es algo difícil de explicar y de entender desde la razón humana (lo sé), pero es algo tan cierto como que ahora estoy escribiendo delante del ordenador.
Ayer, en la adoración de los Jueves, a la que hacía bastante tiempo que no iba (todo hay que decirlo) porque suele coincidir con la hora de los baños y las cenas en casa, tuve una experiencia realmente maravillosa. Una experiencia de esas que te reconfortan y te renuevan para continuar con tu vida y te llenan de fe y esperanza.
El Señor te sorprende cuando menos te lo esperas.
Reconozco que me costó mucho salir de casa para ir.
Acababa de dormir a las niñas y estaba cansada. Lo último que me apetecía, a esas horas, era cambiarme de ropa y bajar a la parroquia, la verdad. Pero había dicho a una persona muy querida por mí, que iría porque era una celebración especial para ella ese día y no me quedó más remedio que hacerlo.
En momentos así, cuando te resistes, cuando buscas excusas, es cuando el Señor más te sorprende, cuando te hace regalos que no esperas. Regalos increíbles, que tal vez no mereces por tu pereza, pero te los hace.
Al entrar en la Iglesia, casi a oscuras, sólo iluminada por las velas y la luz proyectada hacia el Santísimo que estaba expuesto en el altar, vi que había bastante gente arrodillada o sentada. Algunos miraban hacia Él, muchos tenían los ojos cerrados y otros leían en silencio algún texto.
En ese momento, me alegré mucho de estar allí.
El tiempo que estuve rezando, cantando, mirando al Santísimo, me sentía como otras veces, bendecida y agradecida de poder estar allí, pero sin sentir nada fuera de lo normal. Con la cabeza más en casa que en la oración, pensando si mis hijas se despertaban que, al menos, no lo hicieran a la vez para que mi marido pudiera atenderlas.
Hagámos tres tiendas
Casi al final de la celebración, cuando el sacerdote iba a dar la bendición con la custodia en las manos, me pidió por el micrófono que me acercara (junto a la persona a la que yo iba a acompañar ese día), hasta al altar y que nos inclináramos para recibir la bendición. Nos arrodillamos y allí estuvimos un buen rato mirándole a Él, al Señor, sin prisa.
En ese momento, sentí como un escalofrío recorría todo mi cuerpo, las pulsaciones se aceleraban, el pecho me ardía, me costaba casi hasta respirar, dejé de oir y de ver al resto de personas que estaban allí y durante unos instantes, sólo tenía ojos y oídos para Él.
Fue en ese momento, cuando todas mi preocupaciones se disiparon, mis miedos desaparecieron y sentí que todo cobraba sentido. Que todo, absolutamente todo, tenía sentido delante de Él. Y que el plan que Él tenía pensado para mi vida, se estaba cumpliendo.
La paz y la tranquilidad que sentí en ese momento, sólo el corazón es capaz de entender.
Tuve la sensación de estar en el Monte Tabor y el corazón, como a Pedro, me gritaba ¡qué bien se está aquí, hagámos tres tiendas!
Lectura del santo evangelio según san Lucas 9, 28b-36
"En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se calan de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: - «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» No sabia lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decia: - «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.» Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que hablan visto".
Ojalá se pudiera sentir algo así durante más tiempo y más veces en la vida. Momentos así son un regalo que hay que agradecer y que, estoy segura, que perderían su valor si fueran más a menudo.
Ayer, una vez más, me sentí hija y me sentí bendecida y sólo puedo decir:¡Gracias, Padre!
¿Has sentido tú alguna vez algo parecido o te gustaría sentirlo? ¿Te animas a contármelo?
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Efectivamente, yo también pensé: "Qué bien se está aquí"
ResponderEliminarGracias por dejarnos tu comentario, Carmen.un abrazo
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