Supongo que habrá estudios científicos que expliquen las razones por las que los padres de modo natural, casi instintivamente, calmamos a sus hijos cuando estos lo requieren. Pero detrás de ello, creo que hay una finalidad, un “para qué”. En realidad, pienso que hay varias finalidades.
Para que dejen de molestar
La primera que se me ocurre es que los padres consolamos a nuestros hijos para que estos dejen de llorar ya que el llanto de un niño es molesto y en ocasiones, inoportuno. Es decir, muchas veces los padres consolamos a nuestros hijos para que dejen de molestar.
Es una actitud un poco egoísta, aunque muy natural y espontánea. A veces, les calmamos de un modo automático sin interesarnos por la causa del llanto del niño. Puede ocurrir que no empaticemos con nuestro hijo y no entendamos qué le pasa. Aún así, le calmaremos porque sabemos que es la manera más rápida de que deje de molestarnos con su llanto.
Es una actitud un poco egoísta, aunque muy natural y espontánea. A veces, les calmamos de un modo automático sin interesarnos por la causa del llanto del niño. Puede ocurrir que no empaticemos con nuestro hijo y no entendamos qué le pasa. Aún así, le calmaremos porque sabemos que es la manera más rápida de que deje de molestarnos con su llanto.
Para que estén satisfechos
También puede ser que calmemos a nuestros hijos para darles lo que nos están pidiendo (consuelo) y mostrarles nuestro amor y nuestra preocupación por sus necesidades. En este caso, nuestra reacción parte del corazón.
Desde un punto de vista más psicológico podríamos decir que al cubrir esta necesidad, se disipa la angustia y el malestar del niño. Sin embargo, un niño que no es consolado pasa mucho más tiempo angustiado y más intensamente.
Esto no es inocuo, los adultos sabemos lo malo que es acumular estrés. De hecho, el estrés puede originar diversas patologías físicas y psicológicas, algunas muy graves.
En el caso de los niños, la falta de consuelo modela su mente y condiciona su forma de ver el mundo y a los demás. Es triste que un niño perciba que la vida es una experiencia hostil donde no hay consuelo. Cuando un adulto tiene esta percepción, se puede llegar al suicidio. Sin embargo, con los niños parece que todo vale.
Cuando no hay consuelo, no tiene sentido quejarse (en esto consiste el método Estivill), pero la insatisfacción no desaparece. Un niño que no es consolado puede llegar a convertirse en un autómata, pero por dentro arrastrará unos conflictos internos que se manifestarán antes o después en la edad adulta.
Si tenemos esto presente, estaremos encantados de consolar a nuestros hijos para que estén satisfechos, del mismo modo que les damos de comer cuando tienen hambre.
Esto no es inocuo, los adultos sabemos lo malo que es acumular estrés. De hecho, el estrés puede originar diversas patologías físicas y psicológicas, algunas muy graves.
En el caso de los niños, la falta de consuelo modela su mente y condiciona su forma de ver el mundo y a los demás. Es triste que un niño perciba que la vida es una experiencia hostil donde no hay consuelo. Cuando un adulto tiene esta percepción, se puede llegar al suicidio. Sin embargo, con los niños parece que todo vale.
Cuando no hay consuelo, no tiene sentido quejarse (en esto consiste el método Estivill), pero la insatisfacción no desaparece. Un niño que no es consolado puede llegar a convertirse en un autómata, pero por dentro arrastrará unos conflictos internos que se manifestarán antes o después en la edad adulta.
Si tenemos esto presente, estaremos encantados de consolar a nuestros hijos para que estén satisfechos, del mismo modo que les damos de comer cuando tienen hambre.
Para que conozcan el amor de Dios
Supongo que algunos no se esperaban este “para qué” ¿Qué tendrá que ver Dios en todo esto? Algunos son conscientes de haberlo experimentado y otros no, pero el hecho es que cada día que nos despertamos, respiramos y vivimos es gracias al amor de Dios que nos sostiene.
La vida es un regalo, no es un premio que hayamos merecido, ni algo que hayamos comprado. Jesucristo lo explicó muy bien: ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? (Mt 6,27). Estamos vivos porque Dios quiere, porque Dios nos quiere.
La vida es un regalo, no es un premio que hayamos merecido, ni algo que hayamos comprado. Jesucristo lo explicó muy bien: ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? (Mt 6,27). Estamos vivos porque Dios quiere, porque Dios nos quiere.
¿Y cómo nos ama Dios? Pues como los padres quieren a sus hijos, de hecho somos hijos de Dios. El amor, la dedicación, el desvelo, el cariño, la paciencia que tenemos con nuestros hijos nos ayudan a entender lo que siente y lo que hace Dios por todos nosotros, si bien de un modo mucho más perfecto. Yo muchas veces pierdo la paciencia con mi hija, pero os puedo asegurar que Dios nunca ha dejado de tener paciencia conmigo, cosa que la agradezco enormemente (y eso que motivos no le faltan porque soy un pecador como todos).
Cuando consolamos a nuestros hijos, les hacemos ver que sus padres (de los cuales dependen completamente) les quieren, se preocupan por ellos y les dan lo que necesitan. Creo que esa experiencia tan gratificante para el niño servirá, entre otras cosas, para que en la edad adulta pueda comprender más fácilmente lo que está haciendo su Padre del cielo por él.
Es muy difícil explicar cómo es el amor a alguien que no lo ha experimentado. Del mismo modo es muy difícil explicar cómo es el amor de Dios a alguien que no ha experimentado el amor de sus padres.
Es muy difícil explicar cómo es el amor a alguien que no lo ha experimentado. Del mismo modo es muy difícil explicar cómo es el amor de Dios a alguien que no ha experimentado el amor de sus padres.
A menudo nos creemos autosuficientes y no somos conscientes de que dependemos de Dios lo mismo que nuestros hijos dependen de nosotros. Sin embargo, cuando llegan las dificultades en la vida, qué bueno es levantar la vista al cielo y pedir ayuda y consuelo al único que puede darlo.
Por eso, creo que cuando consolamos a nuestros hijos hay un “para qué” más trascendental: Lo hacemos para transmitir a nuestros hijos el amor que Dios ha puesto en nosotros y para que, del mismo modo, sintamos cómo Dios también cuida de nosotros como hijos suyos que somos.
¿Y tú ? ¿Para qué consuelas a tus hijos? Nos encantará saber tus motivos que quizás nos coincidan con los nuestros.
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